Madre, esposa del rapero Jay-Z, empresaria, símbolo sexy del feminismo y de los derechos de las minorías, Beyoncé Carter-Knowles siempre ha tenido apetito. Un hermoso abdomen que le valió el apodo de “Queen Bey”, en referencia a la abeja reina. Desde su primer álbum en solitario, Peligrosamente enamorado (2003), profundizó en todas las flores que la música urbana (R&B, pop, hip-hop) le ofrecería.
No esperábamos que a sus 42 años la cantante estadounidense saliera de su zona de confort para arrastrarse a un mundo tan despiadado como el de la música country. Un mundo en el que encajan los estereotipos de blanco, sureño y ultraconservador. Campesino sureño, racista y trumpista, mientras Beyoncé cantaba, en enero de 2013, en Washington, El estandarte estrelladoel himno nacional, para la segunda toma de posesión de Barack Obama.
Su octavo álbum, lanzado el viernes 29 de marzo con las habituales burlas basadas en la retención de información, muestra sus intenciones en su título, vaquero carter, y detrás de una portada donde posa para un retrato ecuestre, privilegio reservado a los soberanos. La voz de una reina del rodeo, montada a lomos de un majestuoso lipizzano y blandiendo El estandarte estrellado. La imagen es una continuación de la de Renacimiento (2022), cuando estaba casi desnuda sobre un marco de cristal luminoso. Para indicar la segunda parte de una trilogía imaginada durante la pandemia de Covid-19. Curiosamente, las canciones también se escriben doblando la “i”, probablemente para recordarnos que este álbum constituye el acto “ii” del proyecto.
Legitimidad
El primero fue construido como una playlist en homenaje a esta cultura de club (disco, house) nacida en los márgenes de la sociedad americana. Éste está concebido como un programa de radio, que es lo que es la institución más prestigiosa del país, el Grand Ole Opry, que se emite desde 1927 en Nashville (Tennessee). Las canciones de Beyoncé son anunciadas por dos presentadores históricos, Dolly Parton y Willie Nelson. Dos presencias que no deben nada al azar: la primera supo jugar con el humor con su imagen de «rubia estupida» (la canta) para establecerse entre los machos, la segunda, una texana como Beyoncé, una hippie fumadora de Marie-Jeanne, está asociada al movimiento “outlaw” en rebelión contra el conservadurismo de este entorno en los años 1970.
Esta no es la primera vez que una estrella del baile se viste de vaquera. Madonna, otro ícono queer, la precedió en 2000 con el álbum Música. Excepto que el sonido no acompañaba al atuendo, era solo un efecto de vestimenta. Nuestro jinete pretende agarrar al toro por los cuernos. Y afirmar que es tan legítima para adueñarse de la música country como su formidable competidora Taylor Swift, una chica de la costa este, que tomó el camino de Nashville en su adolescencia.
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