La primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, recibió la visita de un fantasma durante la noche de muertos. El espectro tenía la apariencia de Matteo Renzi, hablaba como el exmandatario y le advertía sobre el fatal destino que podían compartir: una muerte por referéndum. Meloni aprobó el pasado viernes el diseño de ley para sacar adelante una restructuración de la Constitución que permita apuntalar el poder del primer ministro en Italia y combatir la inestabilidad política del país en los últimos años (Italia ha tenido 32 primeros ministros, que han formado 68 Gobiernos desde 1946, cuando se instauró la República). El verdadero alcance no está claro todavía, porque deberá discutirse en el Parlamento y el Ejecutivo tendrá que buscar el máximo consenso posible. Sí lo está, sin embargo, que deberá aprobarse mediante un referéndum. El mismo vehículo que utilizó Renzi en diciembre de 2016 y que terminó con un mandato —y una carrera— que parecía indestructible. Un referéndum en Italia, especialmente en un momento de polarización, puede convertirse fácilmente en un plebiscito sobre la jefa de Gobierno.
Meloni prometió a su llegada grandes transformaciones que, con el tiempo, se han convertido en tímidas propuestas. Sucedió en inmigración, en economía, en las políticas de trabajo… Ocurrió exactamente lo mismo con la que debía instaurar en Italia un sistema semipresidencialista al estilo francés. La primera ministra quería reducir el papel del jefe del Estado y reforzar, a cambio, el del primer ministro. La idea debía ir acompañada de la elección directa del presidente de la República y de una reforma constitucional de un calado inabarcable. El plan no gustó en el palacio presidencial del Quirinal, cuyo inquilino es actualmente Sergio Mattarella. Y tampoco a los constitucionalistas consultados. Y el proyecto ha acabado convertido en lo que el Ejecutivo ha bautizado como un fortalecimiento del primer ministro.
Nadie duda en Italia de que dicha reforma, que han intentado muchos primeros ministros antes, debe acometerse para poner fin a la naturaleza turbulenta de la política italiana. La idea del Gobierno ahora es la de dar una cierta estabilidad a los próximos Ejecutivos mediante un sistema de elección directa del presidente del Consejo de Ministros. Es decir, el candidato de la coalición que gane las elecciones dispondrá del 55% de los escaños en el Parlamento: una mayoría absoluta asignada por el solo hecho de ganar. Un sistema que, en los países que lo utilizan normalmente va asociado a una elección con segunda vuelta. No será así en Italia, y eso ya plantea ciertas dudas. También en la ciudadanía que, según el sondeo publicado por La Stampa este domingo, da la espalda al plan: solo cuatro de cada 10 italianos lo apoya.
Además, la reforma de Meloni quiere poner fin a los eternos cambios de gobierno en el mismo periodo de cinco años. El plan dice ahora que solo podrá haber dos primeros ministros en cada legislatura: si el primero cae, podrá elegirse a un segundo que proceda de la misma mayoría que ha ganado las elecciones. En caso de que este también tuviese que dimitir, deberían convocarse inmediatamente nuevos comicios. La paradoja es que, conociendo la fragilidad política italiana, siempre sería mejor ser el segundo primer ministro de la legislatura para tener más fortaleza. “Como la oposición esta dividida creen que así apuntalarán su poder. Si no, habrían puesto un doble turno. Es absurdo que sin mayoría absoluta puedas tener el 55%”, apunta Stefano Ceccanti, catedrático de Derecho Constitucional.
Sin mayoría para ratificarla
La coalición de la derecha, que lidera la ultra Meloni tiene la mayoría suficiente para poner en marcha la reforma constitucional, que cambia cuatro puntos del articulado de la norma fundamental y también elimina el nombramiento de senadores vitalicios, aunque se mantienen los actuales y los expresidentes de la República. El problema es que, al no tener una mayoría de más de dos tercios de la Cámara, deberá ratificarla mediante un referéndum, tal y como tuvo que hacer también Renzi. “Claro, puede pasarle como le pasó a [Silvio] Berlusconi y Renzi que, tras aprobarlo solo con la mayoría, polarices al país y puedas perderlo luego en referéndum. Pero también es verdad que Meloni suscita una menor aversión. Entonces, todos los que no eran renzianos le odiaban. Con ella sucede menos”, señala Ceccanti.
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Meloni explicó el viernes su proyecto, que calificó como la “madre de todas las reformas”. “Nuestro objetivo es garantizar que quien sea elegido por el pueblo pueda gobernar durante una legislatura”, dijo. Para la primera ministra es la única manera de que quien es “elegido en las urnas pueda tener una legislatura entera en el horizonte y llevar a cabo su proyecto y garantizar la estabilidad”. Meloni subrayó que en los últimos años Italia ha tenido nueve primeros ministros y 12 Gobiernos. “O los políticos italianos son peores que los franceses o alemanes, que no creo, o es el sistema el que está mal”. Lo único que está claro, tal y como adelantó ya el sábado el líder del Movimiento 5 Estrellas, Giuseppe Conte, es que la oposición no la apoyará y habrá que jugársela en un referéndum.
La reforma de Meloni significa también el fin de otro clásico de la política italiana: el primer ministro técnico. Un perfil que emerge recurrentemente en momentos de crisis, como ocurrió cuando el expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi armó un Ejecutivo con ese carácter en plena pandemia de coronavirus, en 2021; o cuando Mario Monti fue nombrado en 2011 tras la caída de Berlusconi durante la crisis financiera y una prima de riesgo que ponía en jaque a Italia. Además, tampoco podrá volverse a experiencias como la que lideró Conte, un abogado que no se presentó a las elecciones (ni siquiera era Parlamentario) y se convirtió en primer ministro como figura de consenso entre la Liga y el Movimiento 5 Estrellas en 2018. “Se terminarán así los gobiernos tecnócratas o arco iris”, anunció Meloni. Una idea que también tenía en mente Renzi en 2016 y que la naturaleza volcánica del país le devolvió en forma de guillotina.
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